lunes, 1 de diciembre de 2014

Cuento Caperucita Roja Resumido

Hace mucho tiempo, en un pequeño pueblo ubicado en un bonito valle, vivía una familia formada por el padre, un leñador muy trabajador, la madre, una señora que le gustaba vender fruta en el mercado, y una pequeña niña de cinco años y pelo castaño.
La niña era muy inquieta y siempre acompañaba en el mercado a su mamá. Le encantaba correr de un lado a otro, y más cuando usaba una pequeña capa roja. Volvía locos a los demás vendedores del mercado porque gritaba cuando corría, y luego olvidaban su nombre por el enojo que le gritaban:

-       Ya cálmate… ¡Caperuza roja!

Pero realmente todos la querían, y por eso con el tiempo todos la llamaban con cariño caperucita roja.
En la pequeña familia también había una abuela, pero a la señora le encantaba su pequeña casa ubicada en una bonita loma cruzando el bosque. Era una ancianita que le gustaba cuidar de unas gallinas y cultivar en un pequeño huerto de verduras. No le gustaba vivir con los papás de la niña porque, como mucha gente de su edad, no quería quedarse en la casa, y se iba a caminar por los alrededores.

Los papás de caperucita se preocupaban que la viejita estuviera sola, y mandaban de vez en cuando a la niña para visitarla. Pero empezó a correr el rumor de que un terrible lobo andaba por el  bosque, por lo que dejaron de mandar a su hijita para evitar que le pasara algo malo.
Pero los papás apenas tenían tiempo para visitarla. A veces iba el papá, y otras veces iba la mamá.

Para mala suerte en ciertos días, la abuelita se enfermó y necesitaban mandarle una medicina lo más pronto posible, desafortunadamente ninguno de los papás estaba disponible para hacer la entrega, por lo que decidieron, muy a su pesar, mandar a la pequeña niña.
La mamá le advirtió que no platicara con extraños y que se fuera directo a la casa de la abuela sin entretenerse. La niña le dijo que sí, tomó su capa roja, las medicinas y comida para la abuela, y salió corriendo.

En el camino, se encontró con un cazador que le preguntó:
-       Niña, ¿qué haces sola por el bosque?
-       No debo hablar con extraños – respondió la pequeña.
-       Bien hecho, pero ten cuidado. He visto el rastro del lobo cerca – le advirtió el cazador.

Caperucita roja continuó su camino y con alegría descubrió montón de flores de distintos colores. Pensó que a su abuelita le gustaría tener un ramo y se entretuvo un rato a tomar algunas. En eso apareció el lobo. Un enorme animal que casi parecía un caballo.
-       Niña, ¿a dónde vas? – preguntó el lobo.
-       No debo hablar con extraños – respondió la niñita.
-       Pero yo no soy un extraño. Mírame, no soy como los demás.

La niña nunca había visto un lobo, por lo que pensó que estaba bien platicar con él.
-       Voy a casa de mi abuelita.

El lobo pensó:
“Puedo comerme a la niña ahorita, pero el cazador está cerca. Si voy a casa de la abuelita, podré esperar allá y comerme a las dos”.

Con esa idea, el lobo salió corriendo hasta la casita de la anciana que estaba acostada enferma en la cama. La sacó de un jalón de la cama, la amarró y la escondió en un ropero. Se puso un gorro de dormir para esconder las orejotas y se metió en la cama tapándose con la cobija.
La pequeña niña llegó a la casita y creyó que era la abuelita quien estaba acostada en la cama.

-       Hola, abuelita. Te traje tus medicinas y comida. También te traje éstas lindas flores.

En ese momento, la niña vió los ojos y exclamó:
-       ¡Abuelita! ¡Qué ojos tan grandes tienes!
-       Son para verte mejor – respondió el lobo con voz ronca.
-       ¡Abuelita! ¡Qué orejas tan grandes tienes!
-       Son para oírte mejor – volvió a responder el lobo.
-       ¡Abuelita! ¡Qué boca tan grande tienes!
-       Son para comerte mejor.

El lobo atrapó a la indefensa niña,  sacó a la abuela del ropero y se las comió a las dos de un bocado. Tenía tanta hambre que ni siquiera las masticó. Con la panza llena, empezó a sentir sueño y decidió acostarse en la cama para dormir un rato en lo que se le bajaba la comida.
Mientras tanto, el cazador se preocupó por la niña y decidió seguir su rastro para saber cómo estaba. En poco tiempo, llegó a la casa de la abuelita y, en vez de ver a la anciana y la niña, vió al enorme animal durmiendo y roncando en la cama con una enorme panzota que se movía.

Pensó:
“Creo que se acaba de comer a la señora y la niña, y siguen vivas”.

 Tomó su cuchillo y con mucho cuidado, sin hacer ruido, abrió la barriga del lobo. La abuelita y su nieta estaban vivas. Metió unas piedras pesadas en el estómago del animal y se fueron a esconder.
El lobo nunca se dio cuenta de lo que había pasado. Cuando despertó, sentía mucha sed y se fue al río más cercano. Parado en una roca se agachó para tomar agua, pero resbaló por el peso de las piedras en su barriga y cayó al río, ahogándose porque no pudo salir.

Después de lo ocurrido ese día la abuelita se curó. Le hicieron una fiesta al cazador por ayudar a la señora y la niña, la cual aprendió que un extraño es todo aquel a quien no conozca, sin importar como se vea.
Fin.


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